Trump, el supremo

"Ahora empezamos a entender las razones del éxito de la segunda campaña de Trump, en la que él, a modo de 'yo el supremo', articulaba repetidamente mensajes idénticos": Francisco de Asis López.

Este artículo fue redactado inicialmente tras las elecciones de EEUU de 2016 y subido a Linkedin el 3 de diciembre del mismo año. A pesar del tiempo transcurrido, nueve años, su contenido sigue siendo de rabiosa actualidad, de ahí que el autor haya decidido recuperarlo y actualizarlo.

Ahora empezamos a entender e incluso padecer, las razones del éxito de la segunda campaña de Trump, en la que él, a modo de “yo el supremo”, articulaba repetidamente mensajes idénticos, reciclados, reiterativos y sencillos, dirigidos todos ellos a fomentar respuestas viscerales desde el sistema límbico: un modelo de campaña digamos MP3, limado por ambos extremos y plagado de notas disonantes, discordantes y ciertamente polisémicas cuando no polémicas.

Nada nuevo bajo el sol, si tomamos como referencia la obra cumbre de Roa Bastos y en especial la mención a que el Supremo no escribe la historia (tal vez ni siquiera le importe la misma), sino que la construye y “puede rehacerla según su voluntad, ajustando, reforzando, enriqueciendo su sentido y verdad.”

En este sentido, recordemos que el lema conocido de ambas campañas fue “make America great again” y ni siquiera es original: fue retomado de la campaña de Ronald Reagan en 1980. Remontándonos en el tiempo, nos recuerda al “Make America over” enunciado en 1915, eso sí, en otro contexto, por Rexford Tugwell, estudiante al igual que Trump, en la Wharton School.

Curiosamente, a diferencia de la última campaña, en 2016 el presidente electo hizo mención explícita en su discurso de la victoria al grupo clave en su triunfo electoral añadiendo una mención de género obligatoria en los tiempos actuales: los “forgotten men… and women”, enfatizando que “nunca más serán olvidados”.

Me pregunto si Trump es conocedor de que su referencia a los desatendidos tampoco es novedosa. Fue acuñada por un profesor de Yale, William G. Sumner en 1876, publicada en 1918 y utilizada por primera vez con el significado actual por un político demócrata en 1932.
Efectivamente, el entonces gobernador del estado de Nueva York, Franklin Delano Roosevelt, en una alocución radiada en abril de dicho año señalaba: “Estos tiempos tristes exigen la construcción de planes que se apoyen en los olvidados”. Haciendo una referencia específica aaquellas personas en el fondo de la pirámide económica y estableciendo así los primeros cimientos de su futuro New Deal. En poco tiempo la noción de hombres olvidados se extendió a la cultura popular estadounidense en canciones, películas y novelas, como fue el caso de “It can’t happen here” de Sinclair Lewis.

Simplificando esta concatenación de elementos sociales y demográficos unidos a un declive lento de los medios tradicionales en beneficio de las redes sociales flamígeras e incombustibles, cuyo impacto creo que incluso se podria medir usando la fórmula de energía de Einstein, la victoria de Trump equivaldría lo que en términos orteguianos denominaríamos una implementación de la rebelión de la masa.

Tal vez, en vez de un New Deal, Trump sueñe, con dejar un legado diferente: un “new on the road” de Kerouac que reviva el sueño americano, que en realidad para la mayor parte de la población en EEUU en realidad equivale a una vacua esperanza de Godot. Paradójicamente, el canto de sirena del mensaje electoral de Trump atrapó también a numerosos votantes latinos y negros e hizo añicos la idea de la solidaridad latina: otro mito sociológico a revisar.

Partiendo de algunos elementos enunciados por Enrique Krauze en su obra “Redentores”, y en el “Postdata” de Octavio Paz, afirmaría que la llegada de Donald Trump a la presidencia podría suponer metafórica y paradójicamente una apertura a la “caudillización” por la via democrática de la política estadounidense.

Una figura del caudillo, entendido por Paz como “una presencia inesperada que brota en los momentos de crisis y confusión…y desaparece de una manera no menos súbita…”. Y casi nunca por voluntad propia, por cierto.

Con mayorías republicanas en el congreso, senado y un tribunal supremo de mayoría conservadora, el delicado equilibrio establecido por los padres fundadores que enfatizaron la moderación, deliberación y el “checks and balances” está ciertamente en riesgo. En este sentido se pronunció James Madison en 1788:“La acumulación de todos los poderes, legislativos, ejecutivos y judiciales en las mismas manos, ya sea de uno, de pocos, o de muchos, ya sean hereditarios, designados por sí mismos o electivos, puede ser justamente pronunciado como la definición misma de la tiranía “.

Las comparaciones son ciertamente odiosas pero si tuviéramos que establecer un sistema de biografías emparejadas, similar al de las “Vidas Paralelas” de Plutarco, me encantaría retomar la descripción que hizo Krauze de la figura de otro populista en el extremo ideológico de Trump y unir ambas figuras. Me refiero a Hugo Chávez, quien según Krauze “…no es un hombre de ideas pero tampoco es un hombre sin ideas…es un líder mediático, un redentor por twitter, un caudillo posmoderno.” En pocas palabras: un populista del siglo XXI.

Y ciertamente añadiría que si Chávez fue una hombre soberbio, imbuido de espíritu redentor, la humildad no es tampoco una virtud del presidente “twitteritero”: sin duda, le hace falta su memento mori, a imagen del general romano desfilando victorioso en la ceremonia del Triunfo. Con un siervo, o mejor aún, un inmigrante, al lado de Trump recordándole su mortalidad, lo limitado, perecedero e imperfecto de la naturaleza humana e intentar evitar así que llegue a usar su poder sin respetar las limitaciones establecidas por la Constitución de 1787.

Mi impresión es que el coste social doméstico de una eventual huella de su aventura presidencial será cubierto una vez más por los ciudadanos estadounidenses, sean los olvidados o recordados. A un precio impredecible hoy en dia pero sin duda alto.

En consecuencia, florecerá una vez más el sufrimiento social, la decepción y la desilusión. Emociones colectivas que serán amplificadas por las redes sociales con consecuencias impredecibles para la democracia. Y volverá a reverberar vigente la respuesta de Benjamín Franklin, interrogado en una ocasión por una señora acerca de cómo sería el nuevo gobierno : “Una república, señora. Si puede conservarla”.