Sr. Dutriz, hoy usted cruzó una lí­nea que no debió cruzar…

Sr. Dutriz, mi esposa no tiene ninguna plaza, ni un salario, ni un tí­tulo, ni un cargo en la Alcaldí­a

Entiendo que se haya molestado porque exigí­ que pagara impuestos. Mi padre, el Dr. Armando Bukele, una mente brillante que nuestro paí­s y mi familia perdimos hace unos meses, siempre me dijo que a un hombre embebido en la codicia podí­an matarle un hijo, podí­an tocarle a su mujer, pero jamás iba a permitir que se acercaran a su bolsillo. Usted, como hombre de codicia, jamás me perdonó que le exigiera pagar los impuestos que por ley no paga. Por eso inventó el caso del "troll center"; un caso sin ni una tan sola prueba, que aun sigue vivo porque usted lo mantiene vivo, usando su dinero y su poder (que cada vez es menor). Por eso ocupa su periódico para atacarme a mi y a mi gestión todos los dí­as, dedicando titulares, portadas y cientos de páginas a las  cosas más absurdas, falsas y burdas que su inexistente "periodismo" puede imprimir. Usted, en su burbuja de codicia, no se ha percatado que cada vez que nos ataca, nosotros subimos en las encuestas y su periódico  cae en ventas. Usted no se ha percatado que sus constantes ataques viscerales han hecho que La Prensa Gráfica pierda en meses, la credibilidad que habí­a construido en 100 años.

Entiendo que me acuse con ridiculeces, como que uso a veces la gorra para atrás. Entiendo que me ataque con mentiras y que afirme cosas que no han sido probadas en ningún lado. Entiendo que su amor por el dinero lo haga actuar de esa manera. Lo entiendo, porque a un hombre codicioso solo le importa eso. Muchas veces mis abogados me han recomendado demandarlo, por las falsedades que imprime todos los dí­as. No lo he hecho, porque serí­a dedicarle tiempo y dinero que prefiero dedicárselo a mi paí­s y a su Ciudad Capital. Pero hoy usted cruzó una lí­nea que no debió cruzar, y  en sus ataques viscerales atacó a mi esposa, mi compañera. Atacó sin motivo, y con otra falsedad al amor de mi vida.

Para usted Sr. Dutriz, tal vez el amor no es importante. No se con que ojos verá usted a  su esposa (no me quiero meter en eso, porque no me convertiré en usted), pero los mí­os brillan cuando veo a la mí­a. Esa mujer bella, inteligente, culta, doctora en psicologí­a prenatal, bailarina de ballet,  pero sobre todo: hermosa por dentro.

Esa mujer, Sr. Dutriz, no solo es mi esposa, es mi complemento, y yo el de ella. El que vote por mi para un cargo público sabe que ella viene en el paquete. Así­ somos, un equipo, desde hace 12 años, cuando nos conocimos.

Cuando creamos la Secretarí­a de la Cultura, ella hizo casi todo el trabajo, sin  cobrar ni un centavo, sin ganar nada más que la satisfacción de hacer algo por el paí­s y la cultura. Al final, yo di el discurso y me llevé los aplausos. Pero los aplausos no los merecí­a yo, sino ella.

Ahora, ella hizo casi todo el trabajo para que lanzaremos la Secretarí­a de la Mujer, de nuevo, sin ganar nada. Pero esta vez pensé que, al menos, ella merecí­a los aplausos, no yo. Así­ que le pedí­ que diera el discurso. Y ella lo dio. Y fue un discurso magnifico, puro, digno y del corazón.

Usted, ahora, en sus tí­picas falsedades, la acusa de tener: "una plaza en la Alcaldí­a".

 Sr. Dutriz, mi esposa no tiene ninguna plaza, ni un salario, ni un tí­tulo, ni un cargo en la Alcaldí­a. A diferencia de los familiares de quienes usted protege, que no les importa agarrar dinero del pueblo en plazas fantasmas, por trabajos que ni siquiera realizan. A diferencia de  usted, que no paga impuestos, sabiendo que en nuestro pueblo hay gente que se muere de hambre.

A miles de años luz de usted como persona, ella armó un proyecto, lo dio gratuitamente a la sociedad, dio un discurso hermoso, sin ganar nada a cambio, más que los aplausos que se merecí­a. ¿Y ahora usted la acusa de "tener una plaza en la Alcaldí­a"?

 Esta carta formalmente va dirigida a usted, pero no es para usted, usted no va a cambiar. Esta carta es para el resto del pueblo salvadoreño, que han descubierto la clase de ser humano que es usted, y que poco a poco, descubren la clase de ser humano que es Gabriela, la mujer de la cual me enamoré.

Váyase a su casa Sr. Dutriz, cuente su dinero que no pagó en impuestos. Yo iré a la mí­a, a ver a mi esposa con el mismo brillo con el que la veo desde hace 12 años.