Por Hans Alejandro Herrera.
¿Mario en la era de la cancelación?
Especial sorpresa genera no ver en los perfiles de Instagram de autoras canónicas como Enriquez, Ojeda o Schweblin una minina referencia a la partida Mario. Quiero pensar que tal vez en otra red social se me desmiente, Pero resulta hiriente esta aparente ley del hielo al suceso cultural del año, la muerte del último del Boom. Quiero pensar que me equivoco y que la estupenda autora de Huacoretrato, la peruana Wiener si posteó un storie, storie que sus 24 horas de vida no me ha permitido encontrar a ver, a ella a la que Mario abrazo con cariño una vez hace no tanto tiempo. Me objeto el considerar la memoria como algo obligatorio, pero soy rencoroso y al tratarse de un autor al que otro autor difícilmente puede resultarle ignorable (¿Qué escritor hispanoamericano ignoraría el aprecio literario que merece Conversación en la Catedral?), me resulta todo esto sintomático de otra cosa. De la brecha de autores jóvenes y no tanto que viven felices el puritanismo asfixiante de la cancelación hacia todo lo que discrepe con un pensamiento unidimensional. Y esto no se trata de izquierdas y derechas , va más allá, es la creación de un culto al resentimiento hecho dictadura. Y cuando hablo de resentimiento se muy bien de lo que hablo. Hay algo de Fernando Navales en todo esto.
Incluso el acérrimo Hildebrandt compartió una evaluación dura pero justa hacia el escritor: «Invevitable y necesario comenzar por MVL (…) De su conservadurismo extremo no va quedar sino la pena de quienes queríamos admirarlo sin fisuras y en todo momento (…) Es evidente que nadie alcanzó las alturas narrativas de Mario, ni Mario mismo
Ciudad y los perros, la casa verde, conversación en la catedral (…) Yo estudié en colegio militar Pero recién cuando leí la ciudad y los perros me enteré de que se trataba el colegio militar».
Tal vez ese querer amar una memoria sin fisuras es la razón que devela tanto odio. Las personas no son monumentos, esa es la gracia de ser humano. Y por último las estatuas más bellas son las griegas precisamente porque están rotas como nosotros por dentro y fuera. Cómo nos hace falta leer a De Prada, para vernos en un espejo negro tal y cuál somos.
Si hasta los políticos lo han conmemorado:
Boric lo retrató como “escritor gigante y demócrata”. Sheimbaun reconoció lo obvio, «hay que reconocer a un gran escritor», Sánchez de España lamento la perdida del “maestro universal de la palabra”. Y Macron dijo algo no dicho sobre ningún otro autor latinoamericano , “Mario Vargas Llosa fue de Francia, por la Academia, por su amor a nuestra literatura y a lo universal”. Esto solo demuestra lo pequeña que es la mezquindad de quienes se aferran a la discrepancia sacrificando la literatura. Porque en lo político Mario era demócrata, funó años atrás al libertario Alex Káiser al rechazar una dictadura menos mala pues Castro y Pinochet resultaban lo mismo frente a la libertad.
Quizá es el periodista Federico Castillo de Uruguay quien deja claro la naturaleza del ataque a MVL en este tiempo, como lo dejo bien claro en su cuenta en X:
«Si vas a poner algo sobre la muerte de Vargas Llosa fijate que quede recontra bien claro que vos lo bancabas como escritor pero no por sus ideas políticas no sea cosa que haya confusión y la gente se quede con la idea de que al final sos un falso progre. Ojo.»
Pero especial atención genera el encono a veces expreso pero sobre todo tácito en el silencio de algunas autoras mujeres comercialmente establecidas pero al parecer políticamente adversas. Es como si reconocerle algo de mérito a Mario fuese una causa de vergüenza
Más allá de lo político, lo que los culturetas no le perdonan a MVL es haber tenido éxito. Traducido a 30 idiomas con millones de lectores. En fin, este Es un oficio lleno de envidiosos.
Hay quienes reclaman un boom también de mujeres que no ha terminado al sobrevivir un par de nombres, son embargo… Desengañense sus señorías, el boom eran 4 personas, Fuentes de México, Cortázar de Argentina, Márquez de Colombia y Llosa en Perú. Ese movimiento es una creación impulsada por Barral y la señora Carmen Balcells. El boom terminó.
Escritores y periodistas fieles a la honestidad intelectual
Escritores como la española Irene Vallejo que lo recordó con gran afecto, la peruana Mariana de Althaus que compartió esa entrañable foto de Mario con su pandilla de autores peruanos. La también peruana Kareen Spano que lo recordó cuando Mario fue a verla actuar en la obra el loco de los balcones. Hay muchos, son muchos los que lo celebran, lo recuerdan con cariño más allá de toda polémica. Son más las personas que lo han querido en este último momento por encima de toda diferencia política para quedarse con Mario Vargas Llosa el escritor. Aquí un breve recuento de algunos escritores del mundo que lo despidieron con afecto:
El periodista uruguayo Fernando Medina tuvo palabras preciosas para Mario: “se terminó la segunda mitad larga del siglo XX para las letras”. Lo describió como un autor biblioteca y además destacó su faceta de novelista histórico de Latinoamérica.

Laura Grados, peruana y periodista compartió en X un gran mensaje:
«En unos años, las posturas políticas de Vargas Llosa quedarán en el olvido. Vargas Llosa es eterno. Solo recordaremos que hubo un genio que nació en el Perú y conquistó el planeta. Lo demás son cojudeces»
Magaly T. Ortega, la chica de Chismesito literario no estuvo ajena a conmemorarlo en redes en sus stories. Tan solo ver lo que nos compartió, el kiosko mexicano con todas las portadas de los periódicos mexicanos con el rostro de Mario Vargas Llosa. Es es un gran homenaje, nos hizo ver a todos sus lectores dispersos lo imponente que resulta su ausencia. México lo celebraba en su prensa como si el que hubiese muerto hubiese sido Octavio Paz. Perú puede ver en esas impresiones algo que no volverá a tener en poco o mucho tiempo, y es haber gozado de un Embajador como ninguno.

Simón Soto escritor de Chile compartió un artículo brillante:
«Uno se pregunta cómo llegaba a esos entramados, qué ocurría en la cabeza del escritor para encontrar el diseño estructural de Conversación en La Catedral, por ejemplo, donde las temporalidades se deforman, se pliegan y se abren en torno a esa jornada de cervezas y revelaciones, saltando al pasado y volviendo otra vez al que es posiblemente el diálogo más indeleble de la literatura latinoamericana, ese donde las palabras agrias de Zabalita y el negro Ambrosio exponen el horror latinoamericano como una condena persistente y arquetípica»


En Perú pocos son los jóvenes lectores valientes que le rinden un homenaje con tanto amor como es el del periodista y poeta Martin Carrasco, quien jamás renegó de su amor a la obra de Mario. Quizá las suyas sean las palabras más sentidas, las que estoy seguro perdurarán una vez el odio que ennegrece a tantos lectores peruanos haya muerto:
«Hablo de esa generación que se atrevió a soñar con Macondo, a buscar a la Maga en las calles más húmedas, a cuestionar las victorias y las derrotas de la Revolución mexicana desde los ojos de Artemio Cruz. Hablo también de esa generación que nos hizo asomarnos a los muros del colegio castrense Leoncio Prado para hablarnos de sus miserias y heroísmos, al lado del Poeta, el Jaguar y el Esclavo (…) Lo leí con esmero desde que descubrí las primeras páginas de Zavalita cruzando la Colmena. Continué con el barrio de Huatica y con la Pies Dorados. Compré y leí todo cuanto pude de él. Varias veces me pregunté por qué me sentía tan atraído hacia su biografía y su obra. Y es que me hacía feliz pensar que uno puede escapar de las garras de un padre tirano. Me hacía feliz compartir sus novelas con amigos. Me hacía feliz ver un amor tan desmedido por una vocación: la literatura. Y lo perseguí cuantas veces pude. En la Universidad de Lima, en librerías o en cuanta presentación tuviera en el Perú. Salté de mi cama aquella vez que me enteré de que había ganado el Nobel, y el país parecía haberse reconciliado con su escritor más premiado. Alguna vez pude darle la mano un par de veces y hablarle cuanto me lo permitió la timidez y la emoción. Aquella segunda vez fue en la firma de libros de una novela suya. La presentación era abierta al público, pero antes hubo una reunión privada a la que fui invitado por el jefe de la librería. Recuerdo que regresé emocionado a contarle a mi abuelito mi gran hazaña, y él me sonrió: sabía cuánto significaba para mí. Hoy ya no están ninguno de los dos, pero les agradezco haber estado».


Finalmente el escritor católico chileno Rafael Gumucio describe en Mario a la naturaleza del escritor hispanoamericano, es decir de escritor y político:
«Una sola cosa en común tienen todos los premios Nobel latinoamericanos: fueron o quisieron ser escritores de vanguardia y fueron o terminaron por ser hombres políticos. Es, por lo demás, lo que suele reprochárseles: a Neruda su comunismo, a Paz su lucidez, a Vargas Llosa su liberalismo. Es lo que les impide ser figuras de consenso en sus propios países. Si todos esos genios se hubiesen dedicado solo a escribir –dicen los amantes de la literatura pura, de la pura literatura–, si no hubiesen cantado a Stalingrado, no hubiesen sido candidatos a presidente, si no hubiesen pasado su tiempo alimentando polémicas y fatigando cuerpos diplomáticos, si les hubiese gustado menos el poder y más los libros otro gallo nos cantaría a todos sus seguidores (…) El boom solo se puede comparar a la llamada edad de oro de la novela rusa. Vargas Llosa, Donoso, Edwards y García Márquez solo tienen parangón con Gógol, Tolstói, Turguénev y Dostoievski, una generación o dos de escritores y de libros que de un momento a otro pusieron en primer plano de la historia una literatura, la rusa, hasta entonces completamente marginal. La censura a los libros de ensayo (que se disfrazaron de novelas) y la crítica básicamente política de Belinski marcó ese brusco florecimiento. En Rusia, como sucedería entre nosotros, la conspiración política fue una forma de arte, y la literatura una forma de conspiración política. (…) ¿Es de verdad la política el pecado que debemos perdonarles a nuestros premios Nobel o es quizá la marca de fábrica de nuestra literatura? Lo que la hace la heredera más leal de las preocupaciones y los sueños del siglo XIX es que la novela pretendía contar la vida privada de las naciones. En Bélgica la vida interior puede ser apasionante y la política banal. Sucede todo lo contrario en Perú, Venezuela e incluso Chile. En el centro cívico de sus respectivas capitales es difícil no encontrarse con la vitalidad desnuda, temible a veces, apasionante, que en otras latitudes algunos buscan en drogas alucinógenas y en pesadillas intertextuales. (…) La vitalidad de la literatura latinoamericana nace en parte de su relación convulsa con esa otra rama de la ficción que es la política. Vitalidad es quizás, justamente, lo único que uno podría echar en falta en las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos, llenas de talentos seguros y probables. A primera vista, y a riesgo de apresurarme, diría que en ella sobran aciertos y faltan errores. La consagración de Mario Vargas Llosa, con sus logros y sus extravíos, sus obras de teatro, sus candidaturas, sus novelas y sus reportajes, vuelve a probar que no hay otro destino para quien escribe en este continente y en este idioma que asumir todos los riesgos hasta el final. Varga Llosa confirma así que toda la gracia –y mucha de la desgracia– de nuestra literatura consiste en que escribir aquí es todavía una aventura».

