"Las ideas de Antonio Gramsci han sido tradicionalmente una referencia clave para los movimientos de izquierda desde su concepción": Francisco de Asís López.
Por Francisco de Asís López.
Las ideas de Antonio Gramsci y en particular su teoría de la hegemonía cultural, han sido tradicionalmente una referencia clave para los movimientos de izquierda desde su concepción. Paradójicamente, en los Estados Unidos de hoy día, algunas de estas mismas ideas -aunque originalmente concebidas como una crítica al rol de la clase dominante a través del consentimiento que no de la coerción- han sido cooptadas y reformuladas por elementos de la extrema derecha en EEUU.
Desde luego, no es tanto una aprobación de la visión de Gramsci por parte de esos grupos, como de una inversión estratégica voluntaria o involuntariamente, utilizada para criticar lo que la extrema derecha y sectores ultraconservadores perciben como un imperialismo cultural de izquierdas en su país.
En el centro de la obra de Gramsci yace la idea de hegemonía cultural, mediante la cual, el poder no se mantiene únicamente por el dominio económico o militar, sino también mediante el control de las ideas, los valores y las normas culturales.
El filósofo argumentaba que las clases dominantes crean una visión del mundo de con un sentido común que naturaliza su posición, y en consecuencia, los grupos subordinados consienten el statu quo. Esta influencia se ejerce a través de una serie de instituciones culturales -escuelas, iglesias, medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil- que producen y difunden colectivamente lo que se convierte en la ideología dominante.
Gramsci también introdujo el concepto de “guerra de posición”, una lucha a largo plazo que se libra en el terreno cultural e ideológico para conseguir la supremacía sobre las instituciones sociales. En contraste con un asalto directo y frontal al poder (la “guerra de maniobras”), Gramsci preveía un proceso gradual en el que las ideas eran impugnadas y, en última instancia, redefinidas. Su análisis estaba firmemente arraigado en el pensamiento marxista, cuyo objetivo era movilizar a la clase obrera para desafiar la dominación capitalista y transformar la sociedad.
Para los grupos extremistas en EEUU, la cuestión es simple: los principales medios de comunicación, el mundo académico e incluso partes de la industria del entretenimiento son vistos como vehículos de una agenda subversiva de izquierdas que pretende socavar los valores tradicionales y conservadores. Tomando prestado el lenguaje del control ideológico de Gramsci, la extrema derecha sugiere que las instituciones culturales han sido infiltradas por lo que perciben como un esfuerzo deliberado para “reprogramar” la sociedad. Esta recontextualización transforma la teoría de la hegemonía cultural de Gramsci -originalmente una herramienta para entender cómo una clase dominante mantiene el poder a través del consentimiento- en una narrativa que acusa a las fuerzas progresistas de orquestar una toma del poder ideológica encubierta.
Aunque Gramsci diagnosticó los medios sutiles de mantenimiento del poder en las sociedades capitalistas, al mismo tiempo, imaginó la movilización política de masas para derrocar los sistemas opresivos, y no la imposición del cambio cultural a través de instituciones elitistas “corruptas”. Sin embargo, el uso del lenguaje gramsciano por parte de la extrema derecha ha demostrado su eficacia política, ya que ofrece una potente metáfora de sus quejas culturales. Les ayuda a reunir partidarios enmarcando el cambio cultural como una forma de toma de poder autoritaria, justificando así sus propias contramedidas, a menudo polarizadoras y causantes de turbulencias sociales.
No cabe duda del impacto de este cambio retórico en el mundo real. Enmarcar las iniciativas culturales progresistas como manifestaciones de “marxismo cultural” ha contribuido a polarizar el panorama político, en el que los debates sobre la identidad, la libertad de expresión y el patrimonio nacional son ferozmente reñidos. Para muchos miembros de la extrema derecha, la batalla por el control de las instituciones culturales se ha convertido en sinónimo de defensa de los valores tradicionales y la identidad nacional. Se presentan a sí mismos como los guardianes contra lo que describen como una ideología invasora y subversiva enraizada en la misma dinámica que Gramsci analizó, aunque invertida para servir a fines diferentes según se ha venido apuntando en este artículo.