Cada persona, cada familia está viviendo su propio dolor, quizá también una de las lecciones de este capítulo de terror, sea el repensarnos la muerte, fortalecer el espíritu, entender que no se puede evitar el duelo
Por Susana Barrrera
La flor de los muertos (Tagetes erecta) o cempasúchil, se caracteriza por ser una flor de temporada, con un amarillo intenso, salvaje, decora altares para Santos Difuntos, expele un particular olor. Incluso es utilizada para ahuyentar insectos. En este contexto, la citada flor nos hace grandes contrastes, porque el olor y el ambiente de la muerte hoy más que nunca no tiene precedentes.
Desde hace 20 meses nuestras vidas cambiaron para siempre; como sacado de una película de ficción; el mundo, el país, comunidades y nuestras familias están viviendo una de las experiencias más complejas de la historia; definitivamente, esta crisis de salud no solo nos afecta el cuerpo biológico, sino que trae consigo una decadencia económica, política y de lo menos que se habla es de la crisis emocional que está provocando.
En este contexto, me atrevería a afirmar que no existe familia que no haya perdido un ser querido, o en el mejor de los casos que haya tenido miembros con el COVID 19, lo haya superado pasando por un proceso doloroso. Las cifras oficiales en El Salvador, hasta esta 4ta semana de octubre daban cuenta de: poco más de 3,600 personas fallecidas, 113, 422 casos confirmados en 20 meses, cifras que incluso pueden ser mayores. Aunque hay una política de vacunación contra el COVID 19, que nos coloca a la cabeza de muchos países, para esta pandemia de tristeza y desesperanza no lo hay, sin embargo, me permito compartir con Ud. Lector, algunas ideas que he recogido en mi experiencia personal y familiar y que han servido para resarcir el duelo:
En fin, cada persona, cada familia está viviendo su propio dolor, quizá también una de las lecciones de este capítulo de terror, sea el repensarnos la muerte, fortalecer el espíritu, entender que no se puede evitar el duelo y como dice el Zen se “puede curarse una enfermedad, pero no puede curarse el destino».