martes, 29 abril 2025
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El humano neurodiverso: En defensa del autodiagnóstico.

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"La crítica al autodiagnóstico a menudo encubre el miedo a que se erosione el poder normativo de lo que se considera 'normal'": Mario Mejía.

Por Mario David Mejía.

Los humanos no tenemos un “yo” entendido como una entidad unitaria, somos varios fragmentos unidos, lo que nos da la ilusión de tener un “yo” mismo. La causa de este fenómeno es que nuestro cerebro es parecido a un ecosistema. Así como el ecosistema está compuesto de varios elementos (animales, plantas y fenómenos naturales) que compiten entre sí pero que también formar cierto equilibrio, nuestro cerebro posee diversas redes neuronales que interactúan de forma similar. Estas redes compiten, colaboran y generan una cierta estabilidad, lo que explica por qué experimentamos conflictos internos o ambivalencias frente a situaciones de nuestro entorno social y natural.

Los rasgos mentales- conductuales no se distribuyen de forma binaria, por ejemplo, no es que algunas personas sean depresivas y otras no lo sean, porque todos los humanos podemos deprimirnos, lo que sucede es que hay distintos niveles de intensidad y persistencia en el tiempo de los rasgos depresivos. Esto quiere decir que la diferencia entre personas consideradas “normales” y aquellas diagnosticadas con “trastornos del neurodesarrollo” y “trastornos mentales”, son de grado. En otras palabras, las personas etiquetadas con diagnósticos psiquiátricos presentan niveles más intensos y persistentes de rasgos que todos los seres humanos compartimos en algún grado.

En la sociedad se suele considerar que hay personas competentes y otras que no lo son. Sin embargo, la competencia no es una cualidad inherente al individuo, sino una construcción cultural: es la cultura la que define quién es competente y quién no. Esto significa que las personas etiquetadas como incompetentes son aquellas que desafían las creencias sociales sobre cómo deben pensar y actuar los individuos. Por ejemplo, las personas etiquetadas con dislexia rompen con la idea de cómo deben aprender y leer las personas; quienes tienen un diagnóstico de TDAH desafían la creencia de que los individuos deben permanecer atentos y quietos en la escuela y en otros contextos funcionales al sistema; las personas con autismo cuestionan las normas sobre cómo se espera que socialicen los seres humanos; y aquellas etiquetadas con esquizofrenia contradicen las ideas convencionales sobre cómo debe ser el pensamiento racional y la conducta humana.

Que las personas sean superdotadas o incapaces, tampoco son cualidades inherentes al individuo; depende también de la cultura. Es decir que, es la cultura la que decide quiénes son superdotados y quiénes incapaces, ya que no valora igual la variabilidad de fortalezas mentales y conductuales. Esto significa que las personas etiquetadas con “trastornos del neurodesarrollo” y “trastornos mentales” son percibidas como débiles en habilidades que la sociedad valora, pero son fuertes en aquellas habilidades que la sociedad no valora.

Para que todo ser vivo tenga éxito, debe adaptarse al entorno, pero también debe ser capaz de modificar el entorno para que se ajuste a sus necesidades. Las personas etiquetadas con trastornos del neurodesarrollo y trastornos mentales tienen derecho a un entorno adecuado a sus necesidades mentales- conductuales, para poder alcanzar el éxito y llevar una vida plena y satisfactoria. Las personas etiquetadas con autismo tienen derecho a un entorno en el que no se les exija socializar de la manera llamada “normal”; las personas etiquetadas con dislexia tienen derecho a un entorno en el que no se les exija aprender a leer y escribir de la manera llamada “normal”; las personas etiquetadas con TDAH tienen derecho a un entorno en el que no se les exija mantener un tipo de atención o comportamiento llamado “normal”, y así sucesivamente.

Históricamente, las sociedades se han construido sobre la base de privilegiar ciertos rasgos mentales y conductuales, mientras que se invisibilizan otros. Esto ha contribuido, en gran parte, al sufrimiento y los conflictos a lo largo de los siglos. La clave para la paz social radica en que todas las personas puedan tener una vida plena y satisfactoria, y para lograrlo, es necesario construir una sociedad que valore la neurodiversidad.

Actualmente, se critica con frecuencia a las personas que se auto diagnostican como neurodivergentes sin contar con un diagnóstico psiquiátrico o psicológico formal. Aunque estas críticas aparentan defender la verdad o el rigor clínico, en el fondo lo que realmente se protege son las expectativas impuestas a las personas consideradas ‘normales’.

Al exigir que sólo el sistema psiquiátrico o psicológico formal pueda determinar quién es neurodivergente y quién no, se intenta mantener el control sobre los límites de la normalidad. Si muchas personas se auto diagnostican, la llamada ‘normalidad’ se vuelve inestable, porque cada vez más individuos quedarían exentos de sus exigencias. Por eso se busca restringir el acceso a la categoría de neurodivergente: dado que no es posible diagnosticar formalmente a toda la población, solo una minoría puede obtener ese reconocimiento, y la mayoría queda atrapada bajo la etiqueta de ‘normal’, sometida a sus reglas.

Así, muchas formas de neurodivergencia quedan invisibilizadas, y quienes las experimentan sufren por tratar de cumplir con una idea de normalidad que no les corresponde. En este contexto, el autodiagnóstico no es una amenaza, sino una forma de liberación personal y un acto de transformación cultural, que apunta a una sociedad más justa, en la que todas las personas puedan llevar una vida plena y satisfactoria.

Muchas personas que se auto diagnostican cuentan con una sólida formación autodidacta, consumen y comparten conocimiento. Puede que esta postura incomode a algunos, pero debemos recordar que la academia, a veces, también puede convertirse en cárcel del pensamiento. La crítica al autodiagnóstico, más que responder a un deseo honesto de rigor, a menudo encubre el miedo a que se erosione el poder normativo de lo que se considera ‘normal’.

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Mario Mejía
Mario Mejía
Artista salvadoreño y columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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