miércoles, 23 abril 2025
spot_img
spot_img

Escrito en una servilleta: La procesión de los malos (2)

¡Sigue nuestras redes sociales!

"La fealdad que tanto nos admiramos en la procesión, se convirtió, de inmediato, en una ironía durkheimniana": René Martínez Pineda.

Por René Martínez Pineda.
X: @ReneMartinezPi1

La fealdad que tanto nos admiramos en la procesión, se convirtió, de inmediato, en una ironía durkheimniana que le dio un tono sombrío a nuestro comportamiento, adobándolo con la vileza del cuervo de Poe. Todos iban mancornados: los amigos de cofradía; los esposos de muchos años; las ancianas que, con su silencio sin resignación, simbolizaban el réquiem de sus hijos asesinados por la delincuencia; los abuelos que olvidaron el mal que propinaron de jóvenes; los amantes solapados con el impenetrable coro del misal. Todos -de la mano, del brazo, de los hombros, con imperceptibles y fornicarios roces de los cuerpos que hacían, del ardor, un acto litúrgico- tenían alguien en quien apoyarse.

Como si nadie existiera, miramos, hasta la saciedad, la maldad que portamos en silencio, pues, cual patológica maldición, nos enorgullece ser malos y no nos creemos feos. Nos vimos con cínico esmero. Dibujé, con el ojo que tengo más abierto, la tara de su labio inferior, y esa aberración me pareció excitante, aunque, para los demás, fue un derroche de morbosidad. Por primera vez, conoció el sonrojo, no obstante haber parido tres veces, aunque -siendo sincero- fueron embarazos con una sola penetración. Ella, por instinto, correspondió a mi revisión con una ojeada minuciosa al área boscosa de mi grotesca cara de conejo delirante.

A veces creo que deberían sentir piedad de nosotros. Si nos miran bien, se darán cuenta de que somos la imagen de la vieja sociedad, su parte inicua, la parte sucia que cuidaba la gobernabilidad de la corrupción. ¿Qué hubiera sido de la belleza del alma, si el jorobado de Notre Dame hubiese sido hermoso? ¿Qué hubiera sido de la inspiración furtiva, si el fantasma de la ópera no hubiera tenido el rostro deforme?

Nos mirábamos de reojo, ignorando a la multitud. Sólo existíamos, ella y yo, tras el vaho del incienso católico. Le tomé la mano con desesperación, como si estuviera reprimiendo un deseo maldito. Se detuvo en seco y me miró con descaro, aunque temblaba sin control, y en ese momento tuve la impresión de que intuía lo que seguía. La invité a un café en un lugar de mala muerte, debido a que el tráfico de chambres al vacío ya no es rentable. Sin dudarlo, aceptó. El lugar estaba abarrotado de feligreses cansados y bohemios terminales, y nadie tenía síntomas de querer irse. Intentamos ubicarnos en un lugar propicio, por si alguien dejaba una mesa, y en esa posición, tan expuesta, sentimos en carne viva las púas de las miradas y susurros de asco, ese asco que, no obstante ser fuerte, no puede vencer la curiosidad de los ojos, ni el intuitivo sadismo de quienes son mínimamente buenos y milagrosamente estéticos. Nuestros orejas, largas y peludas, registraron el pasmo, los carraspeos de alerta. Y es que unos rostros deformes, montados en un alma maligna, obviamente son el punto de interés de todos. Por fin, nos sentamos y pedimos dos cafés. Nos mirábamos con malicia. Ella, acomodó sus nalgas de ballena jorobada, lo mejor que pudo, y, por el esfuerzo, soltó un pedo, tan letal y tan amargo, que vació de inmediato las mesas contiguas.

¿Qué piensa? Sin dejar de ver su enorme labio inferior, respondí: en un lugar donde estemos solos y seamos perfectos. Donde seamos tal para cual, dijo, ella. No hablamos mucho, las miradas ajenas incomodaban. Por la hiriente sinceridad con que palpitaban y se humedecían los cuerpos, supuse que ambos queríamos lo mismo. Hablemos claro, le dije. Usted, como yo, siente que todo el mundo la odia y le tiene asco, ¿verdad? Sí, dijo, bajando la mirada. Usted envidia a los que son mínimamente hermosos o aceptablemente normales. ¡Los odia! Quisiera tener los labios simétricos, como las mujeres que envenena con sus frustraciones y delirios de riqueza. Sí, respondió, viéndome fijamente a los ojos, como tratando de hallar en ellos algo de comprensión. Eso nos pone en el mismo barco, y nos abre la posibilidad de que lleguemos a algo. ¿A qué se refiere? ¡Es evidente! Pongámosle cualquier nombre, pero concluyamos que tenemos esa posibilidad. Ella, excitada e incrédula, se mordió el labio. Si está pensando en que soy un pervertido, está en lo correcto, pero bien sabe que usted también lo es, y de las peores, porque es conservadora de la boca y liberal de los genitales… cuando puede.

Hablo de la posibilidad de ocultarnos. ¿Comprende? No. ¿No? Irnos a desnudar a un lugar donde seamos ciegos que usan las manos y los ruidos para conspirar. ¿Fui claro esta vez? En ese lugar, seremos hermosos y eficaces, podremos aparearnos como perros en brama, valga el grosero símil. Sin decoro, su boca empezó a salivar a chorros. Acá cerca hay una pensión barata, “El Oso”. ¿Qué dice? Bajó la vista, como queriendo pasarle el detector de mentiras al emblema de mi deseo. Está bien, vamos.

Con la cabeza agachada, entramos de un salto. Apagué las luces y sellé las rendijas por donde se colaba la luz. Ella, respiraba con ansiedad al sentir que su entrepierna se convertía en un infierno acuoso. Sin decir nada, empezó a desvestirse, y aunque todo estaba oscuro, pude ver sus enormes nalgas en forma de rombo gótico, con una pendiente de 45 grados de diferencia, entre una y otra. Se quedó quieta, desnuda, esperando que depredara su cuerpo con mi carcomida figura de falso fornicador. Sorprendido, moví la mano para tocar sus pechos lacios, su estómago protuberante, su sexo inexplicable. Es tan parecida a mí, pensé. Sus manos quisieron verme igual: desnudo. Entonces supe que era el momento de terminar con la confusión. No la traje aquí para eso, le dije, con voz firme y molesta.

Tuve que buscar en mi pírrico arsenal de palabras para aclarar las cosas sin causar cicatrices. Mis dedos buscaron sus disímiles labios, e inicié un arrogante, académico y demagógico desengaño. No vine a eso, le repito. De súbito, su mano revisó, como un texto en Braille, mi chajazo siniestro. No estás para pedir gusto, querido. Entendí que veníamos a aparearnos, la gente mala no hace el amor, ni coge… se aparea. ¡A la puta, mujer! Hablaba de ocultarnos para conspirar contra el gobierno, contra el tipo empeñado en la transformación social que nos quitó los privilegios y desprotegió a los victimarios, porque, más placentero aparearse, es ser cómplices en lo malo. El silencio tomó posesión del cuarto, ni ella ni yo sabíamos, por distintas razones, qué decir, sólo nos recostamos en la cama para contar el lento pasó de los minutos.

Al amanecer, ya con las ideas en su lugar, y su humillación en el cesto de la basura, se levantó y tomó el plan de la conspiración que yo llevaba para que fuera mi cómplice. No lo leyó, sólo le puso atención a la firma. Trató de descifrarla, pero no pasó más allá de la letra “C”. Sin leerlo, estampó su firma, con firmeza, pues sabía que eso era lo más cerca que iba a estar de un orgasmo. Las matracas avisaron que la procesión iba pasando. Y ya. Esa es toda la historia.

¡Hola! Nos gustaría seguirle informando

Regístrese para recibir lo último en noticias, a través de su correo electrónico.

Puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento.

René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

También te puede interesar

Últimas noticias