martes, 7 mayo 2024
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El dictador de Venezuela se gana su tí­tulo

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Cuando la entrevista llevaba aproximadamente diecisiete minutos, Maduro se levantó, intentó bloquear las imágenes de mi tableta de manera absurda y anunció que la conversación se habí­a terminado

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Fui deportado de Venezuela el martes 26 de febrero después de una entrevista tirante con Nicolás Maduro, el mandatario del paí­s. En medio de nuestra conversación se levantó y se fue, y sus agentes de seguridad confiscaron nuestras cámaras, las tarjetas de memoria con la grabación y nuestros celulares. Sí­, Maduro se robó la entrevista para que nadie pudiera verla.

Conseguimos la entrevista a la vieja usanza: llamamos por teléfono y la pedimos. Un productor de Univisión “”la cadena de televisión en la que trabajo desde 1984″” contactó a Jorge Rodrí­guez, ministro para la Comunicación y la Información de Venezuela, y le preguntó si Maduro estaba dispuesto a darnos una entrevista. El lí­der dijo: “Vengan a Caracas”. Y así­ lo hicimos, con documentos oficiales que nos permití­an la entrada al paí­s.

La entrevista comenzó con tres horas de retraso el lunes 25 de febrero por la tarde, en el Palacio de Miraflores. Unos minutos antes, Maduro habí­a terminado de hablar con el periodista de ABC News Tom Llamas, y parecí­a estar de buen humor. La ayuda humanitaria que la oposición “”con el respaldo de una alianza internacional”” habí­a intentado cruzar a Venezuela a través de las fronteras con Colombia y Brasil habí­a sido detenida, así­ que Maduro se sentí­a fortalecido. Se suponí­a que iba a ser un buen dí­a.

Pero no lo fue. La primera pregunta que le hice a Maduro fue si debí­a llamarlo “presidente” o “dictador”, como le dicen muchos venezolanos. Lo confronté sobre las violaciones a los derechos humanos, los casos de tortura que han sido registrados por Human Rights Watch y sobre la existencia de prisioneros polí­ticos. Cuestioné su aseveración de que habí­a ganado las elecciones presidenciales de 2013 y de 2018 sin fraude y, lo más importante, sus afirmaciones de que Venezuela no atraviesa una crisis humanitaria. Fue en ese momento cuando saqué mi iPad.

El dí­a anterior habí­a grabado con mi celular a tres hombres jóvenes que buscaban comida en un camión de basura en un barrio pobre que se encuentra a minutos del palacio presidencial. Le enseñé esas imágenes a Maduro. Cada segundo del video contradecí­a su relato oficial de una Venezuela próspera y progresista después de veinte años de Revolución bolivariana. En ese instante, Maduro explotó.

Cuando la entrevista llevaba aproximadamente diecisiete minutos, Maduro se levantó, intentó bloquear las imágenes de mi tableta de manera absurda y anunció que la conversación se habí­a terminado. “Eso es lo que hacen los dictadores”, le dije.

Unos segundos después de que Maduro se marchara, el ministro Rodrí­guez me dijo que el gobierno no habí­a autorizado esa entrevista y enseguida ordenó a los agentes de seguridad que nos confiscaran las cuatro cámaras y todo nuestro equipo de producción, además de las tarjetas de memoria en las que se habí­a grabado la conversación.

Alguien gritó que me sacaran de inmediato del palacio presidencial, pero en vez de eso dos miembros de la seguridad del gobierno me llevaron a un cuarto pequeño en donde me ordenaron que les diera mi celular y la contraseña. Estaban preocupados de que hubiera grabado el audio de la entrevista y no querí­an ninguna filtración. Pero me rehusé a hacerlo.

Un momento después, mi colega Marí­a Martí­nez “”una de las mejores productoras del paí­s”” fue llevada a la misma habitación en la que estaba yo. Para frustración de los agentes de seguridad, Marí­a se las arregló para hacer una llamada fugaz al presidente de Univisión News, Daniel Coronell, quien a su vez le advirtió al Departamento de Estado de Estados Unidos y anunció a muchos medios de comunicación lo que estaba pasando. Después me enteré de que el resto de nuestro equipo “”cinco empleados de Univisión””, fue conducido a la sala de prensa y luego los sacaron y subieron a un camión del gobierno.

Alguien apagó las luces en nuestra pequeña habitación y entonces un grupo de agentes entró y me quitaron a la fuerza mi celular y mi mochila. Revisaron con furia mis pertenencias. Me palparon de pies a cabeza. Marí­a pasó por la misma experiencia humillante con una oficial. Pregunté si estábamos detenidos. Dijeron que no, pero aún así­ no nos dejaron salir de la habitación.

Finalmente nos dijeron a Marí­a y a mí­ que nos uniéramos con nuestros colegas en el camión. Dijeron que querí­an llevarnos a nuestro hotel, pero, de nuevo, nos rehusamos. En ese momento estábamos preocupados por nuestra seguridad y la posibilidad de que fuéramos llevados a un centro de detención o a algún lugar aún más turbio.

Cuando nos estaban llevando a la calle, Rodrí­guez reapareció y nos increpó para reclamarnos sobre la entrevista y el modo en el que la condujimos. Le respondí­ que nuestro trabajo es hacer preguntas y que nos estaban robando la grabación de la entrevista y nuestro equipo. Para entonces, nos dimos cuenta después, ya se habí­an publicado las primeras noticias de nuestra detención en las redes sociales. Ya no podí­an mantener el secreto. Eran aproximadamente las 21:30, dos horas después de que habí­a terminado la conversación con Maduro.

Nuestro conductor, quien habí­a estado esperando todo ese tiempo en uno de los costados de la calle, apareció de manera repentina. A esa altura, las mismas personas que nos habí­an detenido querí­an que nos marcháramos. Pronto. Y así­ lo hicimos.

Nos subimos a nuestro coche y nos volvimos al hotel. Algunos miembros de la agencia de inteligencia venezolana acordonaron el hotel para que no nos escapáramos. Unas horas después, un funcionario de migración nos informó que al dí­a siguiente por la mañana serí­amos expulsados del paí­s. Aproximadamente a la 1:00, una persona que se presentó como “capitán” “”uno de los hombres que me habí­an detenido en el palacio presidencial”” vino a mi hotel para devolverme el celular en una bolsa de plástico. Todo su contenido habí­a sido borrado completamente. Asumo que antes de hacerlo hackearon todo lo que pudieron.

El lunes vivimos solo una pequeña prueba del acoso y abuso que los periodistas venezolanos han padecido por años. En nuestro equipo hay dos venezolanos “”el corresponsal Francisco Urreiztieta y el camarógrafo Édgar Trujillo””, quienes habrí­an enfrentado riesgos terribles si se quedaban en su paí­s. Por fortuna, todos regresamos a salvo a Miami, en Estados Unidos. Pero nuestras cámaras y grabaciones de la entrevista se quedaron en Venezuela, al igual que todos los celulares de mis compañeros.

¿A qué le teme Maduro? Deberí­a permitir que el mundo vea la entrevista. Si no lo hace, solo habrá probado que se está comportando precisamente como un dictador.

(*) Jorge Ramos es periodista. Es conductor de los programas “Noticiero Univisión” y “Al Punto” y autor del libro "Stranger: El desafí­o de un inmigrante latino en la era de Trump".

TOMADO: https://www.nytimes.com/es/2019/02/27/jorge-ramos-nicolas-maduro/?smid=tw-share-es

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Juana M. Ramos
Juana M. Ramos
Escritora salvadoreña, del York College of The City University of New York; colaboradora y columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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