sábado, 13 abril 2024

Lo furtivo de la memoria en Aguacero de Nelson López Rojas

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                      Me moriré en Parí­s con aguacero,
                      un dí­a del cual tengo ya el recuerdo.
                      Cesar Vallejo| Piedra Negra Sobre Piedra Blanca

Cuando se escribe un verso, el poeta queda escondido detrás de sus imágenes. Sentimientos, figuras, vivencias, abstracciones y percepciones se conjugan para presentarnos una perspectiva de vida plasmada en lenguaje. Cada verso, cada metáfora, va entrelazando autobiografí­as y experiencias, de manera que lo palpable de la figura poética y lo etéreo de la metavisión perspectiva de la realidad, nos abren una rendija sobre la lí­nea larga de la interpretación para elevarnos a cohabitar estados paralelos de conciencia. La poética de Nelson López Rojas (en el buen sentido de la palabra) cumple con esta afirmación y se convierte en un espejo de barro a un Salvador y a un yo-mundo-interno, enigmático, y a la misma vez, lleno de un pragmatismo y de una claridad humana, que se refleja en la originalidad y en la osadí­a profana de sus versos: “Porque aquí­ cae la noche opaca y sin sabor. Así­ como ayer, así­ como el martes, así­ como cada noche en esta triste eternidad inerte que no molesta a nadie [“¦] la calle esta desierta y el diablo no usa puente”.  De esta manera nos canta el poeta, mientras nos agarra de la mano y nos adentra a un viaje hipnótico hacia el interior de sus universos y de los sentidos. “En ese viaje al infinito, Ves la ruta hacia el final, en silencio [“¦] Lugares todos remotos, diluidos en la distancia y el agua que se desliza en la cascada de mi pecera quiere replicar el agua de afuera en las canaletas tí­midas“. Con imágenes de esta í­ndole, el poeta hace malabares existencialistas de vanguardia, aunque sin caer en la trampa de los cánones, va entrelazando una relación ecléctica entre yo-mundo-realidad-percepción. Así­, mientras se reconstruye, va poniendo de manifiesto en una sola secuencia, no de temática, sino de esencia, de sentimiento, de razón, de vida, los escondrijos y complejidades de una cultura y de un pueblo, como si de pronto, este libro se materializara en reminiscencias evocadas a manera de concierto de sonaja, pupusa y shuco, y todos, al uní­sono, fueran acompañados de un violoncelo tocado en lo oscuro de la noche somnolienta de una loma perdida en lo recóndito de la distancia.

Es en este diluvio de versos, donde nos encontramos de frente con introspecciones surreales, con lluvias de efigies, con tormentas de vivencias, con percepciones neorrealistas (no solo de un hombre) sino de  su relación con su entorno, con su cultura, y con una nación, escondida  en el lodazal distorsionado del tiempo y la historia. Notablemente intencionado, en este libro El Salvador aparece como un fénix que revive  ardiendo en los versos de este poeta, el cual (al reconstruir su pasado) parece encontrarse a sí­ mismo en las caras difusas de su memoria  y en la claridad sobria de la poesí­a pura y bien lograda. Aguacero  es el interiorismo experimental de un poeta visto desde el prisma bifurcado de muchos atrapados en uno. De manera, que si el todo es la ausencia del fragmento y el fragmento es un pedazo que una vez fue todo,  entonces, Nelson López Rojas, en este poemario nos muestra el todo de una cultura compleja e ininteligible desde el pedazo, como una antologí­a de muchas vidas paralelas, atrapadas entre tiempo y destiempo,  una crí­tica a todos y al sí­, que culturalmente lo ha inventado. “porque  me he fijado que los que luchan son meros instrumentos del otro, que los que rezan para que llueva maldicen al rí­o cuando sube”. Sin desperdicios y cargado de una autocrí­tica satí­rica e irreverente Nelson López Rojas juega al todo y con todo: profano, locuaz, descomedido, y la  misma vez, solemne, con esas cosas vividas y necesarias para la permanencia del espí­ritu, bajo el agua burlona detrás del cristal de la ventana empañada que espera la muerte, que celebra la vida.

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