viernes, 26 abril 2024

Roque Dalton, dos balas para silenciar una inteligencia incómoda

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"Es casi seguro que el politólogo graduado en Oxford y 'especialista en resolución de conflictos' no podrí­a redactar una sola lí­nea de este calibre"

A 42 años de su asesinato, hacemos presente la memoria de Roque Dalton. Poeta, periodista, intelectual y  revolucionario que sufrió persecución, cárcel y exilio por sus ideas y su lucha por la liberación del pueblo salvadoreño. Fue asesinado por sus propios compañeros guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), quienes cometieron un error histórico”¦ Así­ lo expresó Joaquí­n Villalobos, lí­der del ERP, en una entrevista que concedió el 18 de mayo de 1993.

“Poeta hondo y jodón, Roque preferí­a tomarse el pelo a tomarse en serio, y así­ se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesí­a polí­tica latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tení­a que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo”: Eduardo Galeano

El 10 mayo de 1975 fue asesinado el poeta, periodista, ensayista, novelista y militante revolucionario Roque Dalton, considerado “el escritor más universal de El Salvador” y uno de los más brillantes narradores centroamericanos. En Argentina es uno de los grandes ausentes en los suplementos literarios dominicales, sean conservadores o “progres”.

Las dos balas que lo alcanzaron a traición desde atrás ““la primera lo hirió en un hombro, la segunda le destrozó la cabeza”“ no salieron de una pistola policial o militar. Fueron disparadas por alguien que se suponí­a uno de sus compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), organización en la que militaba y que más tarde se sumó al Frente Farabundo Martí­ de Liberación Nacional (FMLN).

Lo habí­an arrestado el 13 de abril de 1975 por “indisciplinado, revisionista de derecha y agente pro cubano”. Dí­as después, la acusación cambió: era “agente de la CIA”, dijeron. Hoy se conocen varios testimonios acerca de que esta versión ya habí­a circulado por boca de algunos dirigentes del Partido Comunista Salvadoreño, que envidiaban al poeta por su talento y lo detestaban por transgresor, irreverente, bebedor y enamoradizo. En lo que se refiere a moralina “proletaria”, el stalinismo, el maoí­smo y la ultraizquierda rabiosa al estilo Sendero Luminoso, tuvieron un punto en común con el fundamentalismo religioso que exudan la Inquisición, el Opus Dei, Tradición, Familia y Propiedad, los Caballeros de Colón y otros desechos tóxicos.

La ejecución fue decidida por Alejandro Rivas, Vladimir Rogel, Jorge Meléndez y Joaquí­n Villalobos, integrantes de la dirección del ERP. Lo mataron en la misma fecha en que El Salvador celebra el Dí­a de las Madres. Cuatro dí­as más tarde, el escritor hubiera cumplido 40 años.

El  cuerpo ni siquiera fue enterrado. Se cree que los ejecutores lo abandonaron en un paraje denominado El Playón y el cadáver terminó devorado por perros y aves de rapiña. Si la versión es cierta, hay un detalle aún más tenebroso: en ese lugar, los escuadrones de la muerte salvadoreños dejaban los restos acribillados a tiros de polí­ticos, sindicalistas y estudiantes sospechosos de colaborar con la guerrilla.

Un “error de juventud”

Ninguno de los ejecutores de Roque Dalton tuvo un final heroico o, siquiera, un destino más o menos digno.

Alejandro  Rivas, jefe máximo del ERP, huyó del paí­s en 1976 con dos de los cinco millones de dólares que la organización habí­a cobrado como rescate por el secuestro de un empresario que terminó asesinado. Se realizó una cirugí­a plástica que cambió su fisonomí­a, adquirió otra identidad y se sumergió en el ostracismo polí­tico.

Su protegido Vladimir Rogel ““un militarista de escasa inteligencia, que despreciaba a los intelectuales y se habí­a dedicado a golpear e insultar al poeta durante su cautiverio”“ fue “ajusticiado” con sus antiguos compañeros por motivos  que no tení­an nada que ver con la muerte de Dalton.

Jorge Meléndez ingresó al Partido Social Demócrata y se convirtió en director de Protección Civil del gobierno de Mauricio Funes, candidato del FMLN y  primer presidente de izquierda en toda la historia de El Salvador. En mayo de 2010, Meléndez declaró: “Yo no recuerdo el asesinato de Roque Dalton. Recuerdo un proceso polí­tico en el cual salieron muertos varios compañeros, uno de ellos, Roque Dalton”. E insistió sin inmutarse: “Es una persona que murió fruto de un proceso polí­tico dentro de una guerrilla”.

Luego de la firma de los acuerdos de paz en México entre el gobierno de El Salvador y el FMLN en enero de 1992, el ex comandante Joaquí­n Villalobos pasó por la universidad inglesa de Oxford y  se metamorfoseó en politólogo. Convertido impúdicamente en “consultor para la resolución de conflictos internacionales”, fue asesor de cuatro presidentes conservadores en polí­tica y neoliberales en economí­a, alineados con Estados Unidos: el salvadoreño Francisco Flores, el colombiano Álvaro Uribe y los mexicanos Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón.

Dirigente del efí­mero Partido Democrático, el “apagaincendios” disponí­a de una columna de opinión en El Diario de Hoy,  de tendencia conservadora, y un espacio matutino en la oficialista Telecorporación Salvadoreña. Además, cada vez que el gobierno de su paí­s  enfrentaba conflictos sociales, viajaba desde Gran Bretaña para opinar en vivo y en directo. Y no perdí­a una sola oportunidad para criticar a sus antiguos compañeros del FMLN.

El asesinato de Roque fue “injusto, un error de juventud, el más grave que cometí­”, le dijo el propio Villalobos casi 18 años después al periodista Juan José Dalton, hijo de la ví­ctima, quien en 1993 lo entrevistó serenamente durante tres  encuentros. El muchacho no admitió la explicación: “Ello serí­a aceptar que esa etapa de la vida ““la juventud”“ es potencialmente criminal”, escribió en el periódico Excélsior, de México.

En diciembre de 1998, el periodista británico John Carlin publicó en el diario español El Paí­s una entrevista a Villalobos, a quien describe como “un luchador por la libertad que se muestra aliviado por no haber ganado la guerra a principios de los años ochenta” y “un antiguo marxista que confiesa que siempre se ha sentido más cerca de la cultura norteamericana que de los soviéticos”. Un par respuestas del ex comandante guerrillero del ERP son  más elocuentes que un ensayo de cien páginas acerca de su travestismo polí­tico: “Pobrecito mi paí­s si hubiéramos ganado”, dice. “Éramos la generación del rock. ¿Qué tení­amos que ver nosotros con ese aburrido mundo soviético?”.

De El Gráfico y Borocotó al marxismo

Roque  Dalton nació el 14 de mayo de 1935, en San Salvador. Su padre, Winnall Dalton, era un millonario texano criado en la frontera con México. Su madre, Marí­a Garcí­a, fue una modesta enfermera salvadoreña. Realizó sus primeros estudios en un colegio jesuita. Después estudió Derecho en El Salvador y Chile y cursó Antropologí­a en México.

En 1953 entrevistó en Santiago al muralista mexicano Diego Rivera para la revista literaria de la Universidad de Chile. Él mismo relató más tarde su encuentro con el pintor: “Me preguntó, con aquella manera exuberante que tení­a, que cuántos años tení­a yo. Yo le dije que 18 años. Entonces me preguntó que si yo habí­a leí­do marxismo. Yo le dije que no. Entonces me dijo que tení­a yo 18 años de ser un imbécil. Y me echó”.

En 1956, Roque fundó con un grupo de poetas salvadoreños y centroamericanos  el Centro Literario Universitario (CLU). Ese mismo año ganó el Premio Centroamericano de Poesí­a otorgado por la Universidad de El Salvador. A los 22 años de edad, se afilió al Partido Comunista, al que abandonó pocos años después.

Dalton tuvo un “costado” argentino, muy anterior a su amistad con Julio Cortázar y la admiración por la poesí­a de Juan Gelman. Comenzó en su infancia con la lectura de las revistas Billiken y Mundo Argentino, además de libros de texto escolares que el primer gobierno peronista distribuí­a en casi todos los paí­ses centroamericanos a través de sus embajadas. En febrero de 1969, entrevistado por el escritor uruguayo Mario Benedetti para la revista Marcha, dijo que habí­a crecido “en la órbita del fútbol, de El Gráfico, Borocotó, Rico Tipo, César Bruto”.

Y en cierta ocasión, según cuenta en su poema “No, no siempre fui tan feo”, un marido celoso que suponí­a que él era un diplomático argentino, le rompió una botella de ron en la cara. Dalton agradece jocosamente la confusión porque si el iracundo esposo hubiera sabido que en realidad era un poeta salvadoreño quizás las consecuencias habrí­an sido peores.

“Como si supiera que me van a matar al dí­a siguiente”

Por  su militancia, el escritor estuvo preso y fue desterrado. Vivió en Guatemala, Cuba, la Unión Soviética y Checoslovaquia. En ese tiempo, conoció Vietnam del Norte y Corea.

Mucho antes de su asesinato ya habí­a sido condenado a muerte dos veces y logró escapar casi milagrosamente. La primera vez, cuatro dí­as antes de la fecha prevista para su ejecución en octubre de 1960, fue derrocado el general de turno.  La segunda, en 1965 cuando un terremoto devastó El Salvador. El escritor estaba encarcelado en el poblado de Cojutepeque, a 34 kilómetros de la capital, y aprovechó la grieta en una de las paredes de  su celda para hacer un boquete y escapar a toda velocidad.

En 1967 escribió una frase premonitoria: “Desde hace algunos años siempre me propuse escribir de prisa, como si supiera que me van a matar al dí­a siguiente”. Con el seudónimo de “Farabundo”, en 1969 ganó el Premio Casa  de las Américas de poesí­a con su ópera-rock Taberna y otros lugares, escrita durante sus dos años de residencia en Praga.

La obra poética de Dalton incluye: Mí­a junto a los pájaros (1957), La ventana en  el rostro (1961), El mar (1962), El turno del ofendido (1962), Los testimonios (1964), Poemas (antologí­a, 1968) y Los pequeños infiernos (1970).

Entre sus ensayos y narraciones se cuentan: César Vallejo (1963), El intelectual y la sociedad (1969), “¿Revolución en la revolución?” y la crí­tica de la derecha (1970), Miguel Mármol y los sucesos de 1932 en El Salvador (1972) y Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974), donde figura el célebre “Poema de amor”, dedicado a sus compatriotas.

Luego de su muerte se publicaron Pobrecito poeta  que era yo (novela), El libro rojo de Lenin (ensayo) y Un libro levemente odioso y Contra ataque (poesí­a).

“Cuando sepas que he muerto”¦”

En  diciembre de 1973, Roque ingresó a El Salvador con un pasaporte falso a  nombre de “Julio Dreyfus”. Dentro del ERP utilizó el nombre de “Julio Delfos Marí­n”. Antes de su retorno final al paí­s, se habí­a sometido a una cirugí­a facial realizada por el mismo equipo médico cubano que preparó la entrada clandestina del “Che” Guevara a Bolivia.

“Es la  inteligencia y clarividencia de Roque la que disgustó a ciertas personas dentro de una organización polí­tica, que tení­a mucha autoridad pero poca inteligencia y poco acierto en sus posiciones”, dijo su compatriota Fabio Castillo, médico y dirigente polí­tico, integrante de la Comisión Polí­tica Diplomática del FMLN y dos veces rector de la Universidad de El Salvador. “Era difí­cil para esas personas entender la inteligencia de Roque. Eso no le gusta a las personas que no tienen igual nivel de capacidad y de comprensión”.

El escritor Eduardo Galeano recuerda así­ al poeta asesinado:

Roque  Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno  terremoto. También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policí­as que lo corrieron a balazos.

Y  se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza. Poeta hondo y jodón, Roque preferí­a tomarse el pelo a tomarse en serio, y así­ se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesí­a polí­tica latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios  compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tení­a que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.

“Creo  que a Roque, si no lo matan en el 75, lo matan después porque siempre era incómodo, ese tipo de inteligencia es un lujo que este paí­s no ha permitido darse”, escribe Luis Alvarenga en El ciervo perseguido, una biografí­a de Dalton publicada en 2002.

El hombre que murió por orden de Joaquí­n Villalobos y otros tres esperpentos polí­ticos, dejó un poema premonitorio:

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre

porque se detendrí­a la muerte y el reposo.

(“¦)

Cuando sepas que he muerto di sí­labas extrañas.

Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.

Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

Es  casi seguro que el politólogo graduado en Oxford y “especialista en resolución de conflictos” no podrí­a redactar una sola lí­nea de este calibre. La poesí­a y la literatura no son destrezas propias de los verdugos.

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